La Inteligencia Artificial desmitificada
la inteligencia artificial carece de las propiedades de la humana, ya que solo es «inteligencia instrumental»; y que nos imita con asombrosa precisión, pero es «incapaz de comprender la realidad», porque no tiene algo tan específico de los humanos como es «el sentido común, una capacidad natural de hacerse con el contexto de una situación». De hecho, las máquinas no fallan en preguntas complejas de lógica, sino en aquellas que requieren comprensión del contexto. La IA puede traducir textos, hacer diagnósticos médicos e imitar patrones de conducta humana, pero de forma mecánica, sin entenderlo.
Estrechamente relacionada con el sentido común está la reflexividad, una forma elemental de metaconocimiento en virtud de la cual sabemos qué sabemos o qué ignoramos. Por mucho que aprendan, «los algoritmos no tienen una idea propia de lo que han aprendido».
La inteligencia artificial es «un conjunto de técnicas inapropiadas para un mundo abierto, […] el de la comunicación humana, que discurre, en buena medida, entre ambigüedades y plurivocidades. No es posible flirtear sin sugerir, la publicidad sin exageración, una sátira sin contexto, no hay humor sin curiosidad». La fuerza de la inteligencia del ser humano reside en su imprevisible ambigüedad e imperfección. Incluso el arte, la literatura, la música, se nutren de lo imprevisto… de ahí le viene el encanto paradójico, del que carece la IA: «La creatividad surge cuando irrumpe algo impredecible. […] Ningún programa que sepa componer como Beethoven habría podido componer las obras de su estilo tardío, que suponen una impredecible y asombrosa ruptura con su evolución», apunta Innerarity.
Finalmente, es imposible escindir la conciencia del soporte físico del cuerpo, como pretenden los posthumanistas y Ray Kurzweil, que sostiene que seremos capaces de conectar el cerebro a una nube. A diferencia de la IA, los humanos «pensamos corporalmente y, como consecuencia de ello, la conciencia es una función de todo el cuerpo y no del cerebro aislado». Ya lo expresó, con fuerza poética, Nietzsche —refiere el autor—: «No somos ranas pensantes, ni aparatos sin entrañas, registradores de la objetividad; debemos dar constantemente a nuestros pensamientos, desde nuestro dolor y maternalmente, todo lo que tenemos en nosotros de sangre, corazón, fuego, pasión, agonía, conciencia, destino, catástrofe».
Por muy sofisticada que llegue a ser, la inteligencia artificial no tiene por qué sustituir a la humana, «del mismo modo que no ha dejado de haber aves porque haya aviones. Los automóviles no son caballos más rápidos ni los aviones aves más sofisticadas». Si la IA hiciera lo que hace el cerebro humano, «habría motivos para inquietarse, pero lo cierto es que, pese a su nombre, se parecen bastante poco».